Paris La Nuit

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"Y todo resultó psicodélico, luces de color rojo veneciano, sofás en terciopelo púrpura, gente fumando hachís, niñas bailando descalzas sobre la moqueta dorada, un gato persa descansando encima de una mesa de billar."

 


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Carla mon amour | per Francisco Rovira
Ayer era día de San Valentín. En mi casa no se celebra, lo considero cursi. Mi prima Aveline de París es una devota de todas las fiestas habidas y por haber. Hoy, al salir el sol, he recibido una llamada suya. Mi prima hermana, de soltera madame Aveline María Ferdinand Rovira, es la hija única de Lourdes Rovira, la hermana pequeña de mi difunto padre. Sin ocupación conocida, bueno durante una época hizo algo de modelo aunque yo nunca la vi en la Vogue.

Una vez mi madre me comentó que las malas lenguas decían que pasaba temporaditas en Ibiza colaborando en películas donde chicas sin ropa jugaban con chicos. Por aquel entonces yo iba a mi bola con mi revolución y la de los otros. Pero no me extrañó puesto que ella siempre ha tenido muy buen cuerpo, su belleza tiene cierto aire eslavo, misterioso, frío, erótico...

Mi primita vive en un barrio pudiente de París, gozando de un status privilegiado gracias a su boda con Bertrand Botet, un octogenario y adinerado empresario de Normandía. Él es un hombre de educación sublime y su señora, además de mi prima favorita, una gran catadora de borgoñas y buena amante seguramente. No tienen hijos, eso estropearía la perfecta figura de Aveline quien pasa el cincuenta por ciento de su tiempo en el gym , el más elitista de la rue Saint Honoré.

Volviendo a la noche de San Valentín, Aveline decidió a última hora, como siempre, prepararle una sorpresa a su maridito. Qué mejor que una cenita romántica para dos al son de sus discos favoritos. A ella le apasionaba la chanson. Tenía especial debilidad por el dúo Serge Gainsbourg – Jane Birkin.

Recibí una carta suya en agosto del 74, ella tenía dieciocho años. Por aquel entonces, yo estaba veraneando en casa de mi primo Pau de Platja d'Aro. Leímos juntos la carta. Aveline, sabedora de su aire chic y de un cuerpo diez, encandiló a un fotógrafo cuarentón bien relacionado con la jet del momento, la high class que veraneaba entre Mónaco, Cannes y St. Tropez. Mi prima engañó a sus conservadores padres diciendo que se iba con unas amigas a pasar un fin de semana en un camping de Bretaña. Con poco más de treinta francos subió al citröen duane del tal François y tirando millas, de París a St. Tropez. En su pequeña maleta llevaba un mini biquini, unas bragas, toalla, chanclas y su agenda con no más de veinte números de teléfono. Se ve que el fotógrafo quería impresionarla pero le salió el tiro por la culata. Llegaron al nuevo epicentro de la Costa Azul aquella misma noche. Ella estaba agotada, quería tumbarse, llorar, reír, dejar de ser niña, volar...

François le regaló un vestido muy corto de color rosa chicle, le ordenó pintarse sus ojos color turquesa y atarse el pelo en una cola de caballo. A las doce tenían cita en Villa Diderot, una urbanización a un kilómetro de St.Tropez. Ella estaba nerviosa puesto que sabía que tendría su momento de gloria ya que en el evento habría gente del mundo de la cultura y el espectáculo, y a lo mejor sus queridos Serge y Jane.

Llamaron a la puerta y les abrió un mayordomo de origen asiático con un simple "bon soir madame, monsieur...". Y todo resultó psicodélico, luces de color rojo veneciano, sofás en terciopelo púrpura, gente fumando hachís, niñas bailando descalzas sobre la moqueta dorada, un gato persa descansando encima de una mesa de billar. Se escuchaban muchos idiomas, francés, inglés, alemán, italiano, muchas risas desordenadas entremezcladas con música de la motown. Un hombre elegante de mediana edad enseguida les recibió y se presentó como el organizador de tal party y cogió a Aveline de la mano.

Agarrados subieron al piso superior, allí la luz aún era más misteriosa, de color violeta, la música les iba abandonando. El señor le decía mon cherie y ella se dejaba guiar hacia la nada. El galante una vez terminado el eterno pasillo abrió la puerta del final y allí, en una habitación con vistas al mediterráneo, había una chaise longue enorme con unas diez personas, hombres y mujeres fumando en largas pipas. Ella y su acompañante se sentaron en el suelo con cojines bañándose en champagne . Todo era silencio. De repente alguien abrió la puerta bruscamente. Era un lugar oscuro. Pudo contemplar una silueta femenina desnuda cuyo pelo liso le cubría las menudas mamas, una amazona entrando en un posible infierno. Pasaron pocos segundos y una voz rompió el silencio: "Jane, mon amour, ma putain.." Y la muchacha le contestó con una sonrisa grave, de soprano. Acto seguido, Jane agarró a una chica de la salita y se fueron a la terraza. Allí se abrazaron iluminadas por la luz de la luna. Aveline estaba viviendo su propio sueño. ¿Cómo eternizar aquel momento?

La carta más erótica de mi vida, sin lugar a dudas.

Volvemos a la noche de San Valentín en casa de los señores Botet. Eran las nueve de la noche y nada se sabía de Bertrand, siempre puntual. La cena estaba lista para las diez en punto. Aveline se sentó en su sofá y puso Tele France1. Daban noticias. Se alegró del posible éxito de Barack Obama frente a Hillary Clinton. Madame Botet había tenido un flirt con un chico afro americano, Khaled. Todo el mundo sabía de su debilidad hacia los hombres de raza negra, aunque ella siempre había sido discreta. Obama no le parecía especialmente guapo, pero sí interesante. Llamaron al teléfono y paró la televisión. Eran sus amigos Claude y Jeanine quienes les invitaban a tomar un martini en Saint Germain. No pudo confirmar la invitación, pues su marido aún no había llegado al hogar.

Eran casi las diez cuando ella decidió llamarlo, le salió el contestador y brevemente le dijo que fuera rápido y que le quería. Subió a su habitación y entró en el vestidor compartimentado. Pensó vestirse solamente con una corbata de Bertrand, aquella noche le apetecía hacerle el amor sin parar. Al abrir la puerta del armario del señor Botet cayó una bolsita de papel. La recogió del suelo, era de Cartier, dentro había una bonita cajita en terciopelo negro. Emocionada por el detalle de su esposo en un día tan especial, no pudo contenerse y abrió la sorpresa. Era una preciosa sortija de brillantes color esmeralda en forma de corazón. El regalo estaba acompañado de un sobre rojo con una tarjetita perfumada, la leyó en voz alta - Carla, mon amour. 14 de febrero 2008. Bertrand.